domingo, 28 de octubre de 2007

La primera lección de historia

Si alguna vez trato de establecer cuáles fueron las fuentes que me han permitido conocer los sencillos y complejos detalles de la vida, definitivamente tendré que asentir que los crucigramas contribuyeron a crear mi basamento cultural, que aunque siendo limitado me permite codearme con algunos eruditos. ¿Qué cuándo los descubrí? Es bastante difícil responder esta pregunta, puesto que no podría determinar ni siquiera a qué edad comenzó mi interés por descifrar nombres y conceptos que alguien esconde con el arte que habrían querido poseer los escribas de jeroglíficos.

Sin embargo, creo poder establecer una relación directa de mi afecto por los crucigramas con el cambio de colegio que experimenté a los 11 años de edad, aproximadamente. Fue en una "Gloriosa Gran Unidad Escolar" (así la llamaban los regordetes y sudorosos profesores), donde inicié esta afición. Cuatro o cinco compañeros nos arremolinábamos alrededor de una hoja de periódico tratando de resolver el crucigrama, mientras que en el patio de recreo escuchábamos a los condiscípulos gritar su alegría. Todos los miércoles, día en que era publicado el más grande de los crucigramas en un diario de circulación nacional -que a pesar del entretenimiento que me brindaba nunca le pude guardar confianza- repetíamos la reunión. Al final de ella nos quedaba la satisfacción de haberlo resuelto totalmente, o la desilusión porque no lográbamos descifrar algunos de los conceptos.

Pues bien, la afición, transformada en poco tiempo en una desesperada adicción, me llevó a recluirme en largas y solitarias jornadas de trabajo rodeado de inmensas enciclopedias o diccionarios. Si bien en el colegio compartía la tarea, en los períodos vacacionales la lucha era entre el papel y mi intelecto.

Un miércoles de verano, salí de casa muy temprano en procura de uno de los periódicos que solía adquirir para enfrentarme a la dura y a la vez satisfactoria labor. Caminé un par de cuadras hacia el quiosco del barrio, pero estaba cerrado, para desdicha mía. Ocurría lo mismo con otro que estaba un poco más distante. Era febrero, aproximadamente las nueve de la mañana, hora en que los canillitas aún mantienen en pleno apogeo su negocio. Extrañado decidí seguir caminando, pero esta vez cambié el rumbo dirigiéndome por la avenida 28 de Julio hacia la zona de La Parada, a unas diez cuadras de mi casa, las que esta dispuesto a recorrer con todo gusto para encontrar un vendedor que me ofreciera el diario.

Once años de edad, y no tenía más que dos monedas en uno de los bolsillos del blue jean y un cabello ondulado y totalmente desordenado... No habría cubierto ni siquiera dos o tres cuadras cuando me percaté que era el único que avanzaba en sentido contrario a mucha gente que no caminaba, corría. Sin embargo, lo que me llamó mucho más la atención fue la desesperación con que una mujer y su pequeña, que lloraban inconteniblemente, corrían y empujaban una carreta con una fuerza tal que bien me pareció que huían de un campo de batalla.

La curiosidad me invadió y no detuve mi caminar; seguí avanzando en sentido contrario al de la fuga de toda esa gente. Conforme me acercaba a La Parada más angustia descubría en los rostros, más velocidad en los pasos. Nadie hablaba y menos se atrevía a mirar a otros. El desorden se acabó para mí cuando sentí la fuerza de una mano adulta que sujetaba uno de mis brazos. El sol me impedía ver bien el rostro medio oculto con un pañuelo que el fornido hombre refregaba sobre sus ojos. Me sorprendí, aquel hombre también lloraba. ¡"Anda a tu casa, carajo"! El grito retumba hasta hoy en mi recuerdo.

Me dio miedo pero quería, anhelaba seguir avanzando, no deseaba retroceder. Quise soltarme, traté, peleé por mi brazo, pero fue inútil. Esta vez el hombre me habló más despacio: "Regresa a tu casa". Me soltó y se alejó. Hice lo propio, caminé, aceleré el paso y de pronto me vi corriendo como mucha otra gente. No sabía de qué huía.

Al llegar a mi calle me percaté del mucho humo que había en el ambiente. Minutos después corrió el rumor que poco tiempo después se confirmó: "Toque de queda desde las siete de la noche". Aquella noche del interminable miércoles 5 de febrero nos acostamos más temprano que de costumbre, claro está que nadie pudo dormir por el temor a las balas que se disparaban en la calle... Fue mi primera lección de historia.

Cuánto te extraño viejo y querido amigo

La primera vez que estuve muy cerca de él tendría seis o siete años, y a pesar de la incipiente edad fue muy fácil reconocerlo. En la radio había escuchado hablar mucho sobre él; además, a diario lo apreciaba en periódicos, y la televisión, a pesar de ser en blanco y negro, lo mostraba en todo su esplendor. Pero también me había percatado que en calles y microbuses la gente llegaba hasta los golpes en su defensa.

Sin embargo, fue mi padre quien me acercó antes que nadie a él. Ahora recuerdo como muy atentamente escuchaba las historias que relataba, casi todas épicas y gloriosas. Se excitaba al rememorar las veces que le regalaba tardes o noches de alegría y hasta sentía un extraño placer al admitir que tambiñen lo sumía en profundas tristezas.

No podía ser de otra manera: lo terminé admirando, y como ocurre con todos los niños, la admiración se transformó en acelerada pasión. Por eso, cuando llegó el día en que mi padre me llevaría a conocerlo me invadió el nerviosismo que me sigue conquistando cada vez que debo enfrentar una experiencia nueva.

Ambos eran muy amigos, lo que aliviaba mis tensiones. La presentación, en consecuencia, no tendría que ser rigurosa, ceremonial, protocolar. Por el contrario, sería festiva y de mutua confianza. Ni siquiera pensaba que podía defraudarme por algunas de las razones o sinrazones que había escuchado gritar en calles o microbuses.

Partimos a su encuentro a las seis o siete de la tarde, ahora no lo recuerdo bien. Mi padre decidió dejar en casa el grandioso Chevrolet del 56 para llevarnos al encuentro en los ahora desaparecidos colectivos, clásicos Ford de los años 30, que penosamente transitaban hasta Chacra Colorada.

Antes de abandonar la vieja casa de mi amado barrio de El Porvenir me explicó que miles acudirían a la cita. Mi hermano, que dada su corta edad no entendía muy bien o que iba a suceder, estaba muy entusiasmado, y mi madre escuchaba desde la cocina, y aunque ni en ésta ni en otra ocasión nos acompañó, estoy seguro que siempre compartió la emoción.

El corazón me saltaba cuando llegamos al recinto. Efectivamente, eran miles los que estaban ahí, la mayoría ya lo conocía y sólo aguardaba que aparezca para ovacionarlo. Ansioso tomé asiento. De pronto, sorpresivamente, aunque con una escrupulosa puntualidad, ingresó, y la gente no paró de aplaudir y saltar; de reír y batir banderas; de levantar en hombros a los más pequeños para que llenen sus pupilas con la figura que se abría paso; de cantar. Comentaban, conversaban, se abrazaban y estrechaban las manos, incluso hasta los desconocidos. Yo miraba fijamente la escena, estaba demasiado impresionado para manifestar algún sentimiento.

Aquella noche fue elegante, distinguido, fino, donairoso, pero también atrevido, fuerte, valiente y, sobre todo, decidido. Era lo que había advertido mi padre, y que al descubrirlo personalmente no podría dejarlo de admirar por el resto de mi vida.

Retornamos a casa. Feliz porque además de haberlo conocido logré comunicarme con él. Llené mi espíritu de su ser. Lo rememoré en sueños. El señor Fútbol, en consecuencia, se convirtió, justo cuando comenzaba la década de 1970, en un muy querido amigo. A partir de ahí, ¡oh, querido e ingrato amigo! Cuánto me has hecho sufrir.

El caso Watergate: la libertad para investigar

La película "Todos los Hombres del Presidente" muestra la presión, censura y toda artimaña que utiliza el poder para ocultar acciones vedadas, y que sólo puede ser rota por la porfía del periodismo independiente.

En el caso analizado, los periodistas del "Washington Post", Bob Woodward, interpretado por Robert Redford, y Carl Bernstein, caracterizado por Dustin Hoffman, deciden ahondar en la investigación de un robo, aparentemente menor, en una oficina del Partido Demócrata, simplemente porque los supuestos involucrados se resisten a ser entrevistados y hasta se declaran inocentes de cualquier delito, antes, incluso, de ser acusados formalmente.

Ambos profundizan y, sin proponerselo, alcanzan a los máximos dirigentes del partido que gobernaba Estados Unidos, entre ellos el propio presidente Richard Nixon. Lograron esta proeza por la excelente forma como manejaron la fuente principal de informaciones: "Garganta Profunda".

Esta fuente es muy singular, pues se oculta en el más absoluto anonimato. Sin embargo, gana credibilidad al confirmar las informaciones que obtenían los reporteros. Su poco hablar ayudaba mucho, ya que entregaba pistas claves: "sigan el dinero", que sirvieron para descubrir que el más cercano consejero de Nixon estaba implicado en una acción de espionaje electoral.

Bernstein y Woodward complementan su investigación acudiendo a numerosas fuentes secundarias, que principalmente consultaban mediante innumerables llamadas telefónicas, las cuales no grababan sino que anotaban escrupulosamente en libretas que nunca abandonaban.

Lo principal, no obstante, es la permanente constatación de las declaraciones que obtenían. Para ello, confrontaban las declaraciones, siempre dudaban y no daban por cierto algo si es que por lo menos dos fuentes no lo confirmaban.

Se debe destacar la profunda convicción de los dos periodistas del Washington Post por la seguridad de quienes les proporcionaban información, no sólo de "Garganta Profunda", sino también de empleados y ex empleados de la Casa Blanca y del Partido Republicano. Y esta seguridad no estaba relacionada únicamente con mantener oculta las identidades, sino también a utilizar técnicas de entrevista poco ortodoxas, para no comprometer la seguridad de quienes declaraban.

Ejemplo de lo anterior es el recurso que utiliza Bernstein para lograr que una de sus fuentes admitiera, insólitamente con el silencio, que el asesor más importante de Nixon encabeza el grupo de espionaje: "si es mentira voy a contar hasta diez y me cortas el teléfono, de lo contrario es cierto".

Todo periodista sabe que para obtener exclusivas es necesario saber seguir pistas y cultivar fuentes. Woodward y Bernstein, siguiendo esas máximas, siempre se identificaban como reporteros del Washington Post, y casi nunca, como se ve en la película, utilizaron la presión para obtener una declaración. Por el contrario, trataban de ser cordiales y hasta amistosos con sus interlocutores, a quienes prodigaban de halagos, quién sabe si sinceros: "usted es absolutamente honesto", "usted cree en el Presidente", "usted no quiere hacer nada que parezca desleal", etc.

En consecuencia, la investigación de Bernstein y Woodward, plasmada en el filme "Todos los hombres del presidente", puede ser considerada ejemplo de periodismo de investigación. El buen manejo de fuentes otorgó exactitud a las informaciones que difundieron. El influyente semanario Newsweek, al comentar el hito que marcó para el periodismo el descubrimiento del llamado caso Watergate, sentencia que si ahora se intentara investigar un hecho similar, "los periodistas irían a la cárcel por no revelar sus fuentes y no podrían publicar su historia".

jueves, 25 de octubre de 2007

Periodismo de opinión, ejercicio de veracidad

Los mensajes transmitidos mediante el ejercicio del periodismo de opinión deben ser consecuencia de valores, principios y conductas que aunque despierten pasiones y respuestas contradictorias, como todas las acciones y pensamientos humanos, deben estar alejados de la complacencia a amigos, el odio a enemigos o la indiferencia a desconocidos.

En consecuencia, tal como dicen los periodistas colombianos María Teresa Herrán y Javier Darío Restrepo, “se apreciará como un valor que alguien convierta en profesión la práctica de buscar sólo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”.

Entonces, cabe preguntarse ¿cuáles son las implicancias por defender la verdad?

Sin duda alguna, quien defiende la verdad deberá asumir un compromiso con las acciones futuras, y no sólo con las del pasado o el presente. “La obligación de ser veraz para el periodista no se agotó en sus acciones pasadas o presentes; mientras sea periodista, esa condición le creará la necesidad de ser veraz. Es su deber ser”, remarcan Herrán y Restrepo, a lo que se debe añadir que la necesidad de ser veraz es una decisión libre del sujeto.

En conclusión, la única arma que posee el periodista para enfrentar las presiones de la propaganda y la publicidad es la verdad, para lo cual debe actuar, desde el punto de vista ético y moral, correctamente.

Son inagotables los ejemplos que se pueden citar con el fin de graficar el tema. Uno de ellos podría ser la denuncia que propaló el programa de televisión “La ventana indiscreta” en contra de quien era la ministra del Interior, Pilar Mazzetti, por la inadecuada compra de más de 400 vehículos para la policía.

Los defensores de Mazzetti alegaron que la denuncia y la opinión de la directora del programa –Cecilia Valenzuela- respondían a intereses comerciales y políticos del propietario de Frecuencia Latina, canal de televisión que difunde el programa.

Es difícil probar este argumento, pero deja abierta la posibilidad de que no se haya actuado con irrestricto respeto a la verdad, y se haya mentido o distorsionado los hechos.


Recordemos que en anteriores ocasiones la periodista aludida opinó en contra del gobierno de Alejandro Toledo, al tiempo que el propietario del canal de televisión reclamaba ante tribunales internacionales que el Estado Peruano le pague una indemnización de 40 millones de dólares por haber perdido la administración de su empresa durante el régimen de Alberto Fujimori.

Aquí habría que acudir a las teorías del médico y político español Ricardo García Damborenea, quien subraya en su ya célebre “Uso de la razón” que lo más importante en una discusión es saber de qué se discute. Argumenta, en tal sentido, que “el principal mandamiento para quien pretenda participar en un intercambio de ideas (...) (es) precisar el objeto sobre el que intenta dialogar: ¿en qué consiste el desacuerdo? ¿Dónde radica el meollo de la discrepancia? ¿Qué me niegan? ¿Qué pretendo concretamente rechazar?”.

Para García Damborenea la cuestión puede ser delimitada si es que logramos responder positivamente las siguientes interrogantes:

Primero, si una cosa existe o no, por ejemplo, si un hecho se ha producido o no. Segundo, en qué consiste, esto es, qué nombre le corresponde. Y, tercero, si nos parece bien o mal.

En el caso de la denuncia citada, un hecho sucedió. Así, se habla de una irregular compra de patrulleros. Segundo, se relata cómo sucedió. Sin embargo, la investigación contra Mazzetti estaba sustentada en probabilidades, que al no ser debidamente explicadas creó en el imaginario popular la idea de que la ex ministra estaba comprometida con la corrupción.

Finalmente cabría preguntarnos si esta es la adecuada forma de ejercer el periodismo de opinión.